Unas vacaciones diferentes en PlayaMojácar

196

– Mamá, ¿cuánto queda para ir a Playa Mojácar?
– Nicolás, estamos en febrero, acabamos de reservar, aún quedan unos meses de colegio por delante.
– Jo mamá, ¿y no podemos ir ya? Tengo ganas de ver a mis amigos.
– Pero cariño, tus amigos tampoco están allí todavía, es muy pronto. Duérmete ya que mañana hay clase y no podemos llegar tarde. Duerme bien.

No me extraña que tenga tantas ganas de ir. El año pasado fueron unas vacaciones excepcionales y especiales, y estoy segura que las recordará para siempre.

Nicolás juega a baloncesto en el equipo del colegio y el año pasado tuvo la mala suerte de romperse la tibia en un partido contra el equipo que iba primero en la liga. En un encuentro con un jugador del otro equipo, se tropezaron y el otro chiquillo se cayó encima de la pierna del mío, provocándole tan horrible lesión, y solo a tres semanas de las vacaciones de verano.

Nicolás no quería ir a la playa, no se iba a poder meter en el agua que tanto le encanta. Para colmo, tuvimos que cambiar de hotel a última hora porque en donde solíamos ir, para llegar a la playa hay que bajar unas escaleras bastante largas y pronunciadas y nos iba a ser imposible bajarlas con la silla de ruedas que debe llevar estos meses. Esto hizo que el pobre tuviese aún menos ganas de ir.

– Cariño lávate los dientes que nos está esperando papá abajo con el coche.
– Ya voy… pero que sepas que no quiero ir, voy obligado.
– Te lo vas a pasar en grande, estoy segura de eso.

Emprendimos ya los tres el viaje con el coche, y Nico, enfadado durante todo el viaje, no medió palabra alguna pese a los esfuerzos que hicimos por hablar con él.

– ¡Ya hemos llegado, qué bien nos lo vamos a pasar! – Dijo su padre nada más bajarnos del coche.
– Hablarás por ti – balbuceó Nicolás en bajito. Ya por lo menos hablaba.
– Que sí, ya verás. Va a ser el mejor verano de tu vida, tengo ese presentimiento. – una madre siempre presiente el futuro, al menos, eso dicen.

Entramos al hotel, hicimos el check-in y mientras nos asignaban la habitación, llevé a Nicolás a ver el hotel. No le habíamos enseñado cómo era el hotel en fotos y se quedó boquiabierto al ver la piscina y la cantidad de toboganes que había. Se le veía en los ojos la ilusión que le hacía y a la vez la tristeza de no poder hacer uso de ellos.

– Te prometo que, si te gusta, volvemos el año que viene para que puedas tirarte por todos esos toboganes cuantas veces quieras.
– Sí, por favor – respondió inmediatamente sin dudarlo.

Yendo de vuelta hacia la recepción donde nos esperaba papá con las maletas nos paró un chico de camiseta roja. Era un animador.

– ¡Hola! ¿qué tal todo? ¿acabáis de llegar?
– Sí, estamos esperando a que nos den la habitación – le contesté.
– ¡Ah, pues genial! te espero entonces a las 16h para jugar, ¡no faltes! – Le dijo a Nicolás.
– Pero… es que estoy en silla de ruedas, no puedo jugar…
– ¿¡Cómo que no puedes jugar?! ¡Claro que puedes jugar! ¿Qué te impide a ti mover los brazos, lanzar un dardo, o una pelota, o mover una ficha, o coger una carta, o responder preguntas en los quizz, o lanzar unas cuerdas, o anillas? ¿A que no te lo impide nada? Por supuesto que puedes jugar, es más, si no vienes iré a buscarte – le dijo finalmente mientras le guiñaba un ojo y se despedía de nosotros.

– Mamá, ¿yo puedo jugar de verdad? – me preguntó con una carita de duda a la vez que de ilusión.
– Por supuesto cariño, esta tarde te acompaño a jugar con ellos.

Y así fue, a las 15:50h ya estábamos abajo esperando a que llegasen los animadores y el resto de niños para jugar. Pese que a Nicolás le daba mucha vergüenza y no quería que me fuese, más ilusión le hacía conocer nuevos amigos y jugar con ellos todo lo que no iba a poder bañarse.

– Mamá, tu no te vayas y me dejes solo, no vaya a ser que al final el juego sea de correr o moverse mucho – me decía constantemente asustado.
– Yo no me voy a ir, no te preocupes que no te dejo solo y te ayudo en lo que pueda. Pero el animador lleva aquí ya unos años seguro y sabe que vas a poder jugar perfectamente a todo. Yo tampoco dudo que vayas a poder jugar a lo que sea, además, confío incluso en que algo vas a ganar.

– ¡Hombre, pero si está aquí mi amigo, no tengo que ir a buscarlo! – Gritó ya desde lejos el animador al vernos. – Soy Álex, que no me había presentado antes. Yo soy el animador del grupo de los niños, y nos lo vamos a pasar genial sin duda. Te voy a presentar a tus nuevos amigos, ven conmigo. – Dijo mientras cogía la silla y se dirigía al corro de niños que esperaban para jugar.

– Hola soy Nico – dijo en bajito ante la atenta mirada del resto de niños.

– ¡Hola, Nico! – Fueron respondiendo todos.

– No se preocupe que su hijo se queda ya conmigo. Puede pasar a por él sobre las 18h que ya habremos terminado las actividades de la tarde – Me comentó el animador.

– Nico me pidió que me quedase con él, que no lo dejara solo no fuese a ser que no pudiera jugar sin ayuda.

– Como prefiera. Si necesita alguna adaptación, nosotros nos encargamos, pero su hijo va a jugar y a pasarlo igual de bien que el resto de chicos, no se preocupe en absoluto.

Igualmente, y pese a que sabía que no iba a haber ningún problema, me quedé allí mirando como él me pidió. Jugaron primero a los dardos, y quedó entre los 5 primeros. Después estuvieron jugando a la escalera, que se le dio un poco peor. A las 18h me acerqué a él para llevármelo.

– Mamá, ¿mañana puedo volver? Me han dicho que a las 11h empiezan las actividades por la mañana, y que vamos a jugar a la petanca, como cuando jugaba con vosotros en la playa.
– Por supuesto cariño. Mañana a las 11h estamos aquí de nuevo.

Y así fue un día tras otro hasta acabar los días de vacaciones. Al segundo día ya me dijo que «me podía ir a dar un paseo que ya no necesitaba mi ayuda, que él podía solo perfectamente y que sino tenía muchos amigos que le ayudaban». Realmente, dejé de ver a mi hijo todo el día, se la pasaba con sus nuevos amigos y los animadores, y, además, en los shows nocturnos, venían unos amiguitos a por él y se llevaban la silla fuera para estar hablando o a las primeras filas debajo del escenario para estar todos juntos.

Un día incluso, asomándome a ver qué hacían, vi a mi hijo de pie ayudado por otros compañeros mientras lanzaba una anilla para que estuviera a mejor altura de la diana. Hubo otros días, me contaba él, que lo llevaban a caballito, o que lo sentaban en la pista de ping pong para que estuviera más alto para tirar.

Mi hijo no quería que acabase la hora de las actividades, era su momento favorito, y por supuesto, también el mío de verlo así de feliz.

– Mamá, ¡han sido las mejores vacaciones del mundo! – me dijo mientras cerraba la puerta para irnos ya en el coche – espero que cumplas tu promesa y volvamos aquí el año que viene como me dijiste, que tengo que jugar con Álex, Susana, Cristian, Pedro, Marcos, Saray, Esteban, Puri… ah, y también tengo que tirarme de los toboganes.
– Por supuesto que cumplo mi promesa, el año que viene volveremos – le contesté mientras comenzaba un camino en coche a casa lleno de anécdotas, risas e ilusión.

-José María M.

Scroll al inicio