Veranos inolvidables en Playaballena

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Noa, verano de 2024, Costa Ballena (Cádiz). El hotel Playaballena en su último intento desesperado nos contrató, sí, a nosotras, Alba, Sara y yo (Noa), tres chicas de entre 10 y 12 años que veníamos veraneando en este maravilloso alojamiento desde hace mucho tiempo atrás. Recurrió a nosotras, tres chicas alegres, extrovertidas y, sobre todo, con mucha intuición, que nos hacíamos llamar las «tres investigadoras», fama que nos ganamos dado que en los pasados veranos investigamos cualquier tipo de incidente que se presentara, desde localizar chanclas perdidas de huéspedes en su mayor parte, toallas en esta misma situación, gafas de buceo y cualquier otro objeto que los clientes perdían, y no terminaban de llegar a Recepción. Incluso, una vez llegamos a localizar la dentadura postiza de una pobre señora mayor debajo de una tumbona, ¡puf! que mal lo pasó Rogelia -la señora mayor-, sin su dentadura durante toda la semana sin poder degustar los riquísimos postres del hotel.

Esta vez fue distinto, el Hotel estaba en un serio problema, el alma de éste se había esfumado sin dejar rastro. Todo el personal, cocineros, camareros, recepcionistas, personal de la limpieza, jardineros, socorristas y animadores llevaban ya dos semanas seguidas a su encuentro sin ningún resultado, su mascota Delfi había desaparecido sin dejar rastro. ¡Qué horror! El director tomó una última decisión en su desesperación, nos llamó para ayudarlos.

Una vez nos encontramos ya las tres investigadoras en el hall del hotel, situado al lado de la maravillosa playa de la Ballena, la primera sensación fue mágica. Todos nuestros recuerdos de nuestras estupendas vacaciones pasadas procedían de aquí, la amabilidad del personal, la deliciosa comida, los animadores -el corazón del hotel- que nos hacían más felices si cabe, y me llenaban el corazón de energía positiva el resto del año, en espera de unas nuevas vacaciones.

Todo era un entorno fantástico, como siempre, pero nadie sabía nada, nadie había visto nada, y Delfi seguía sin aparecer. ¡Nos pusimos manos a la obra!

Primeramente, decidimos rastrear el establecimiento al detalle. Durante dos días nos dividimos las tres y fuimos en busca de posibles pistas en el restaurante, el spa, el gimnasio, el bar/auditorio, el chiringuito, la sala de juegos y, por último, ¿Cómo no? en las piscinas, toboganes y zona de splash -no podíamos descartar que Delfi estuviera en su hábitat natural, en el agua-.
¡Frustración!, no obtuvimos ningún resultado positivo, ni una misera pista que nos indicará dónde podría estar la mascota del hotel. En cambio, sí encontramos una decena de chanclas viejas de huéspedes olvidadizos, y también dos cepillos del pelo, sin más; pero claramente no era suficiente para nuestros propósitos. Sumidos en la desesperación, bloqueados mentalmente, la única zona de búsqueda que nos quedaba eran las habitaciones. ¡Puff!, el sudor recorrió nuestra frente, sabíamos que había más de 300 habitaciones, no podíamos abarcar tal faraónica misión de búsqueda en tan solo unos días.

La temporada de verano del 2024 estaba a punto de comenzar, los huéspedes a punto de alojarse, y Delfi aún sin aparecer, ¡Inadmisible! No se podían abrir las puertas sin su mascota. ¡Sería un rotundo fracaso! -el hazmerreír del resto de hoteles de la zona- ¡No se lo podían permitir!

Decidimos darnos un respiro tras la decepción, es cierto que no habíamos obtenido ninguna pista, pero intentamos calmarnos e ir a comer al restaurante del hotel, el Arpón, para recargarnos de energía. ¡Qué manjares!, todo era irresistible. Las tres devoramos todo, olvidando el gran enigma por unos momentos.

Una vez finalizado el almuerzo, ya dirigiéndonos a la salida del restaurante, escuche a alguien pronunciar mi nombre, prácticamente susurrando. Me giré, sin ver a nadie, reclamé a mis dos compañeras que me esperaran. Nada, ¿quién me estaba llamando? Había más gente alrededor, pero no percibí a nadie, supuse que el estrés de la búsqueda de Delfi me estaba ocasionado algún trastorno pasajero. Pero, alguien habló susurrando:

– Noa, Noa, aquí abajo, abajo, que soy muy pequeñita, y estoy amontonada.

Mis ojos se dirigieron hacia abajo, ¿qué? ¿una croqueta me estaba hablando? Sí, una croqueta en una bandeja con otras croquetas. ¿Era una alucinación?, ¿un espejismo?, ¿estaba delirando?
– Acércate, dijo la croqueta susurrando. No puedo moverme con tanta compañera amontonada – dijo junto al resto de las croquetas en la bandeja-.

Sabía que el hotel PlayaBallena era mágico, mis mejores vacaciones las había disfrutado aquí, pero de ahí a que una croqueta quisiera tener una conversación conmigo, distaba mucho. Pero acepte la realidad, me acerque y escuche atentamente.

– Noa -dijeron varias croquetas al unísono-

Ya no fue una única croqueta, ahora hablaban conmigo varias a coro -¡de locos!.-

– Noa, dijeron las croquetas. Sabemos que Delfi ha desaparecido. Últimamente están ocurriendo cosas asombrosas y te queremos ayudar. Sabemos que la mascota el último día que la vieron, se dirigió al corredor del fondo, dónde están situadas las habitaciones 100, 101 y 102. ¡Ojo! estas habitaciones son secretas, nadie las conoce, nadie se aloja en ellas y, sobre todo, cualquier suceso diferente al mundo real puede ocurrir. Ten presente esto, son habitaciones fantásticas que no pertenecen al mundo real. Nosotras las croquetas, y otros alimentos que también tienen vida propia, como las espinacas de mi lado- aunque son más tímidas- y las albóndigas con tomate de enfrente, podemos contactar con gente como tú, con el único fin de recuperar a nuestro gran amigo Delfi.
Salí aturdida del comedor, sin poder comentarle nada a mis dos compañeras de investigación, pero enseguida las propuse dirigirnos a entrar, primeramente, en la habitación 100, como bien me sugirieron las croquetas.

Una vez dentro de esta primera habitación, me pregunté qué querrían decir las croquetas afirmando que eran habitaciones mágicas. De un vistazo, las habitaciones eran como siempre las había conocido: espaciosas, luminosas, con mobiliario agradable que te hacían la estancia confortable, sin otro misterio aparente. Sin embargo, en la habitación no estaba Delfi, aunque también buscamos en sus armarios, baño y terraza. Nada de nada. Probaríamos con la siguiente habitación tal y como me habían sugerido las croquetas, o ¿acaso me estaba volviendo loca?

Aún en la habitación, inesperadamente, al fijar la mirada unos instantes en un cuadro colgado en la pared con un barco pesquero en medio del océano, algo sucedió. Las tres investigadoras nos vimos envueltas en una densa bruma, que al asomarnos por la terraza de la habitación no dimos crédito a la situación. Habíamos viajado en el tiempo al pasado, quizás hace 200 o 300 años calculé. Con nuestra mirada en el horizonte, se veían cientos de barcos de pescadores en el agua, y ballenas surcando los mares. ¡Estábamos atónitas!

Aquello era un pequeño pueblo pescador donde nosotras éramos testigos de otra época pasada, estaban cazando ballenas. Nos quedamos perplejas, sin poder pronunciar una sola palabra entre nosotras tres, pero en ese preciso momento un pescador que estaba atracando su barca en el muelle nos vio en lo alto de la terraza, y dijo contundentemente: «seguid buscando chicas, nuestro querido Delfi dejó esta época hace mucho tiempo, ya no está aquí».

Con estupor dejamos la habitación, y nos dirigimos a la 102. Una vez dentro más de lo mismo, aparentemente nada inusual, si bien en esta habitación había un cuadro distinto, una pintura de un pequeño robot metálico. Ni tan siquiera habían pasado unos segundos mirando el cuadro, igualmente, algo sucedió y fuimos transportadas a una época temporal distinta. ¡Estábamos en el futuro esta vez! No sé cómo, pero ¡habíamos viajado en el tiempo al futuro! Nos asomamos levemente por la puerta, y pudimos observar que los empleados humanos del hotel habían sido sustituidos por multitud de robots metálicos (crujiendo sus engranajes con cada movimiento que hacían, ¡un coro de hojalatas!). Merodeaban alrededor de los huéspedes alojados ofreciéndoles bebidas, toallas. Incluso los camareros habían sido remplazados por estos androides. Todo era muy frio, sin alma, el hotel había perdido la esencia sin el equipo humano, que siempre te ofrecía una sonrisa como carta de presentación que te llenaba de satisfacción y acogimiento.

Aún en la habitación sin salir, uno de estos robots cruzó el pasillo a toda pastilla repitiendo incesantemente, «entrega de toalla de baño para cliente número 78494 a las 14.05 horas». Y así, una y otra vez, ¡qué desagradable! En el momento que pasó por nuestra puerta, no pude contenerme de preguntarle por Delfi, y así lo hice. El robot, sin llegar a parar, camino de su destino programado, giró su cabeza 180 grados hacia nosotras y me contestó «entrega de toalla de baño para cliente número 78494 a las 14.05 horas», sin respuesta a mi pregunta sobre el paradero de nuestra mascota. Estaba programado para un único fin, no podíamos esperar más de él. Vaya mundo futuro tecnológico que nos esperaba, sin corazón alguno, pensé. Indudablemente, en esta habitación, sin rastro de Delfi tampoco. ¡Qué desesperación!, tras dos habitaciones rastreadas a fondo, las pistas de las croquetas eran falsas.

La última pista que nos indicó la Sra. Croqueta, por tratarla con respecto a pesar del fiasco de las dos habitaciones anteriores, fue la habitación 103. Y allí nos dirigimos sin vacilación. Con la esperanza de encontrar allí a nuestra mascota, sin haberla encontrado en la época pasada, ni tampoco en el tiempo futuro. ¿Qué depararía esta nueva habitación?

Tan pronto entramos en la 103, de un vistazo, eran las características normales de las habitaciones anteriores, hasta que observamos el cuadro que la hacía diferente. En esta ocasión, simplemente se trataba de una pintura con diferentes objetos de diversos tamaños, sin más a destacar. Pero, súbitamente, percibimos que todas las cosas de la habitación tenían los tamaños distorsionados comparados con la vida real. Nosotras éramos lo más diminuto dentro de la habitación. ¡Estábamos atemorizadas! ¡Habíamos encogido! ¡Todo era inmensamente, grande, muy grande! La cama se veía como una montaña, inalcanzable, el ventilador del techo como si fuera un planeta de nuestra constelación orbitando. Incluso, recorrer únicamente un metro de distancia en busca de Delfi nos llevó un día entero, dado nuestros diminutos cuerpos en comparación con la enorme dimensión de los objetos. Finalmente, conseguimos subirnos encima de la cama, después de escalar por sus sábanas con mucho esfuerzo y, así, divisar toda la habitación desde lo alto, comprobando, lamentablemente, que Delfi tampoco estaba allí. Sin rastro.

Salimos de esta última habitación algo enfurecidas. Las pistas que me indico la Sra. croqueta no fueron de utilidad. Estas tres habitaciones, pese a su entorno mágico, no había señales de nuestra mascota. El tiempo apremiaba, los clientes a punto de iniciar sus vacaciones, y el enigma sin resolver. ¿Qué le diríamos al director? ¿Habíamos fracasado?

No podíamos tirar la toalla, sin Delfi nada volvería ser igual y la tristeza inundaría el corazón de los clientes este verano.

Repentinamente, algo inesperado aceleró mis latidos del corazón hasta límites insospechados. Sentí que no podía controlar la situación. Repetidas veces, desde la lejanía escuché pronunciar mi nombre, ¡Noa, Noa, Noa!, cada vez más intensamente y cercano. Era una voz familiar, pero en ese momento no era consciente de nada, estaba sumida en la búsqueda de Delfi. Otra vez: ¡Noa, Noa, Noa! -alguien continuaba llamándome-. Tal fue la impresión de aquella contundente voz, cercana y familiar, que, sin ser consciente de ello, entreabrí los ojos. ¿Qué? Me encontraba en la cama, ¡durmiendo plácidamente! Ya totalmente con los ojos abiertos, me di cuenta de que mi madre me llamaba incesantemente: ¡Noa, Noa, Noa!, ¡levanta ya! ¡no quiero que llegues tarde el primer día del colegio!, por favor ¡levántate ya! ¡Puf!, era mi madre la de los gritos continuos, llamándome.

Todo, todo, todo, había sido un sueño, nada más que un dulce sueño recordando mis maravillosas vacaciones en el Hotel Playaballena. Ni Delfi había desaparecido, ni Rogelia hubo perdido su dentadura postiza, ni viajes en el tiempo. Lo que me hizo sentirme muy feliz, y únicamente quedaba esperar al próximo verano para repetir unas estupendas vacaciones.

-Noelia R.

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