
… desde aquella primera vez que nuestros ojos se encontraron en el hall central del Hotel Playaballena junto a la escalera marmolada, no había podido olvidar su mirada penetrante. Un escalofrío recorrió mi cuerpo dejando una extraña sensación en la que la inquietud se apoderaba poco a poco de mi ser.
Nuestros ojos hablaron por sí solos. No hubo nada más: ni una sola palabra, ni un gesto, ni un sutil roce al cruzarnos en la escalera. Pero eso daba igual, los dos sabíamos que algo en nuestro interior había eclosionado y que esa mirada y las posteriores sensaciones tendrían consecuencias que jamás imaginábamos.
La soledad en la habitación del hotel se hacía cada vez más insoportable, descorché la botella de cava para intentar ahogar los pensamientos y atraer a un profundo sueño que, sin embargo, no llegaba. Los ojos se mantenían abiertos, mi mente alerta y el corazón bombeaba más rápido de lo habitual. Mi cuerpo me mandaba señales que me daba miedo reconocer.
Tan solo el lejano sonido de las olas que llegaba hasta mis oídos en la silenciosa noche parecía sosegar mi incesante nerviosismo.
-La playa calmará esta sensación- me dije para mí, y salí sin pensármelo dos veces caminé hacia la extensión de arena que acababa con el ir y venir de las olas en una noche donde la luna llena se divisaba desde toda la costa.
La playa estaba totalmente vacía. Tan solo yo, el mar y la luna. Una inquietante calma que no hacía sino agitarme más de lo que estaba.
De pronto, un sutil susurro acarició mis oídos y el mismo escalofrío que sentí en aquella escalera de mármol volvió a apoderase de mí. Sin embargo, de inmediato, y ante el simple roce de uno de sus dedos por mi brazo, la inquietud se convirtió rápidamente en excitación.
Sin saber cómo, y sin apenas darme cuenta, me encontré abrazada a un extraño que parecía conocer toda la vida. La tranquilidad que me transmitía hacía que me olvidara de todo, tras una primera mirada silenciosa, llegaron las caricias, los abrazos y los besos. Una cosa llevó a la otra y la luna llena de aquella mágica noche del mes de junio no sorprendió fundidos en uno solo y se convirtió, en el único testigo de lo que parecía el comienzo de una gran historia de amor.
Nos entregamos sin medida y el agotamiento nos sumió en un profundo sueño arropado por un gran manto de estrellas. Los primeros rayos de sol me despertaron del letargo en el que me encontraba sumida. Abrí los ojos y allí estaba yo, sola, en medio de una extensa playa que daba los buenos días a un nuevo amanecer. Nadie a mi alrededor. ¿Habría sido un sueño? Estaba segura de que no fue así, sin embargo, nada a mi alrededor daba indicios de que hubiera pasado la noche acompañada del mejor amante que había tenido jamás.
El resto de noches se sucedieron de manera monótona, ni rastro del misterioso hombre por el hotel, nadie alojado con las características del que había llegado y se había marchado de mi vida de la misma forma arrebatadora.
Tres días después regresé a casa. Cada 23 de junio, vuelvo a Playaballena y vuelvo a encontrarme con él. Su identidad, una incógnita que quizá no podré descifrar jamás. Lo único que sé es que cada noche de San Juan, se repiten todas y cada una de las sensaciones de aquél primer encuentro visual con la persona que siempre será un misterio para mí y nos vuelve a sorprender la luna llena saciando nuestros deseos más íntimos y profundos en una inmensa playa que parece quedar desierta convirtiéndose en un exclusivo escenario de esta historia de amor.
-Ana Belén S.